Hace casi año y medio que escribí mi última entrada. En todo este tiempo no he hecho nada para mejorar mi alimentación; es peor, incluso.
Este blog lo tenía en el más absoluto de los secretos. Nadie de mi familia ni de mis amistades sabía que lo tenía. La razón no es otra que ocultar, creo que es eso, ocultar a mi entorno lo que realmente siento. No sé por qué razón, pero es así. Quizá sea porque no quiero que se sepa la verdadera razón de mi obesidad, si es que existe, ni cuál es el nivel que tengo de gordura. Pero lo más seguro es que sea por vergüenza, algo incomprensible, puesto que anda que no se ven mis muslos, mi culo, mi tripa, ... pero es vergonzoso lo mal que me cuido y los efectos que esto tiene en mi cuerpo. Es como esconder a mi entorno que no tengo ninguna razón para quejarme, y al mismo tiempo, quejarme por mi mala suerte.
Y ayer rompí el secreto y se lo conté a una prima mía a la que adoro y que confío en que me guarde el secreto. Ella es como una hermana para mí y algo así como este blog tenía que contárselo. Ella ha sido la que ayer me animó a seguir escribiendo y no cerrarlo. Pero para el resto del mundo mundial, esto no existe.
Durante este año y medio he comido y bebido como una cerda, con breves espacios de dieta estricta que me producían una enorme ansiedad y que eran el caldo de cultivo para un efecto rebote a lo bestia. El resultado es que ahora peso más que cuando empecé a escribir este blog, que recuerdo que fue un día que la báscula me ofreció aquellos hermosos 109,6 kilos que tanto me alucinaron y que ahora añoro. No es que pese muchos más, pero sí he superado la línea roja de 110 kilos que me marqué.
Por lo demás, sigo igual de loca, con mi sentido del humor peleando encarnizadamente contra la tristeza de la pérdida de mi padre que me cuesta superar. Reconozco que mis hormonas las tengo peor que a los quince años, que tan pronto lloro como río, que tengo sofocones premenopáusicos o menopáusicos o posmenopáusicos porque ni sé en qué coño de fase estoy, que muchas veces me entran ganas de meterle hostias a alguien, que casi todo me produce una especie de asco y que no me soporto ni yo. Por lo demás, estoy de puta madre, con lo cual, miel sobre hojuelas.
Como veréis, la situación invita a seguir una dieta de adelgazamiento como dios manda -modo irónico ON-.
Y esta es la excusa actual. Cada etapa de la vida tiene su propia excusa para estar gorda. La cuestión es estar gorda y seguir jodiendo la marrana con las dietas, quejarse, saltarse la dieta y llorar. Y luego escribirlo. Ese es el ciclo.
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