Desde que decidí hacerme una operación bariátrica me he dejado hacer todo tipo de pruebas, no hay más remedio. La más difícil ha sido la gastroscopia, pero he podido superarla. Al principio parecía que no, pero luego vas tomando control de tu respiración, de tu miedo, de tu cuerpo, ... y pasa.
Me han tomado muestras para analizar, porque la doctora ha visto unas erosiones gástricas. Muy raro, le dije, porque a mí me ha dolido todo menos el estómago. En fin, que lo analicen.
Eso sí, para esta operación te hacen pruebas de todo, por lo que, al menos, sabré cómo estoy realmente.
Lo peor de todo son las listas de espera. Todas las pruebas (análisis de sangre, ecografías, nutricionista, psiquiatra, ...) han ido muy rápidas, pero la gastroscopia ¡ha tardado nueve meses! Y ahora me encuentro que la cita con el endocrino está llena hasta julio, que llame a final de mes a ver si han abierto la agenda de julio. Ufffff!!!!
Bueno, tranquilidad.
Yo, mientras, intento ser feliz. Lloro mucho, ahí anda en mí esa depresión, pero ahí estoy yo haciéndole frente. Espero que no se haga muy largo esto de ponerse a llorar a la mínima, porque vamos, es que no me pueden dar el pésame ni nada. Y me sabe mal por la persona que tengo enfrente, pero juro que no lo puedo evitar.
Seguiré contando. De momento, esto es todo.
lunes, 23 de abril de 2018
viernes, 30 de marzo de 2018
Cambio de estrategia
Llevo mucho tiempo sin escribir. No he tenido ganas la verdad. Me han pasado tantas cosas que no me he metido en esto, aunque la verdad es que me hubiera venido muy bien desahogarme aquí.
Murió mi padre, ya lo dije en el blog. Y también conté lo mucho que me estaba costando superarlo.
Ha muerto mi madre. Hace poco más de un mes.
Y esto ha sido el remate.
A partir de ahora, estoy sola. Sola de padres, digo.
Me parece mentira que no estén. Es como si estuvieran en un viaje, pero con retorno, como cuando te vas de vacaciones por un tiempo.
Todavía muchas noches aún se me despierta ese tic que me indicaba que tenía que llamarles por teléfono.
Todavía recuerdo sus voces.
Y de mi madre, todavía recuerdo su olor. Es más, su olor aún está en mi casa.
Estoy pasando este duelo con algunos cambios en mi vida que han aparecido de repente y a los que me he atrevido a afrontar. Entre unas cosas y otras, lloro unos instantes porque lo necesito, pero recupero rápido el estar, aunque sea muchas veces. Se irá pasando, espero. Aún lo tengo muy en mi cabeza, pero poco a poco se insertará dentro de mí y formará parte de mi ser, y no me daré cuenta. Eso creo.
Me gusta mucho un verso de una canción que un chaval le hizo a su padre muerto: "Rabia de que corras por mis venas y no poderte abrazar". Más bonito, imposible.
Con todo esto, mi obesidad va a la suya. Haciendo camino, obviando mi estado de ánimo. Va a su puta bola, jodiéndome la vida, como si un ser ajeno a mí estuviera en mi interior. Como si fuera una tenia que en vez de comerme me alimentara al margen de mi propia alimentación. Es una obesidad que me falta al respeto, que no para aunque esté triste, aunque no pueda dormir; que le importa una mierda mi menopausia. ¡Joder, dame un respiro!
Convencida por una prima hermana, me voy a hacer una cirugía bariátrica. A ella le ha ido genial y es mi ejemplo. Me anima, y pese a que tengo mucho miedo, voy a hacerlo. Me han hecho muchas pruebas y todo sale bien; afortunadamente no tengo ninguna enfermedad asociada a la obesidad, salvo el dolor de espalada, rodillas y planta del pié.
Todos mis planes dietéticos han fracasado. Llevo haciendo dieta desde que parí a mi hija, y de eso hace 25 años, y todo ha ido a peor: cada vez que me ponía a dieta, al dejarla, engordaba más de lo que estaba. Y así, 25 años. Ya no puedo más. Voy a hacerlo. ¡ME OPERO!
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